jueves, 31 de julio de 2025

RECONOCER AL OTRO: UN ACTO DE DIGNIDAD Y LUZ

Por Cesáreo Silvestre Peguero


Hay una delgada línea entre adular y reconocer…

Una línea que no todos saben caminar con decoro,

porque no se trata de palabras bonitas, sino de la intención que las sostiene.

Adular es una sombra con sonrisa.

Es elogiar por interés, por conveniencia,

con esa exageración servil que embriaga el ego del otro,

pero vacía el alma de quien lo dice.

Reconocer, en cambio, es luz compartida.









Es ver el mérito ajeno y tener la nobleza de aplaudirlo

sin temor a perder brillo propio. Es un gesto sincero que nace del respeto, no del cálculo… ni del halago oportunista.

Yo, que he biografiado a tantos compañeros de oficio,

lo he hecho despojado de toda vanidad,

como quien rinde homenaje a la dignidad ajena

y también honra la suya.

No temo engrandecer a otros.

No creo que reconocer al hermano

me empequeñezca.

Al contrario, cada historia que narro, cada mérito que exalto,

es un acto de gratitud a la vida,

y una siembra de justicia en terreno árido.

Porque hay quienes nunca aplauden los aciertos,

pero están prestos a señalar los errores.

Callan ante el mérito, pero gritan ante la falla.

Y lo hacen sin haber tenido jamás

el valor ni la dignidad

de celebrar lo bueno antes de condenar lo imperfecto.

Por eso, reconozcamos.

Reconozcamos mientras hay aliento,

mientras la voz puede aún acariciar la honra del otro,

porque de nada sirve el elogio póstumo

si antes fuimos mezquinos.

Que el ejercicio de la palabra, sea también ejercicio de justicia.

Y que la conciencia no se nos duerma

en el cómodo sillón del egoísmo.

Reconocer al otro no es perder…

es ganar humanidad.

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