Por Cesáreo Silvestre Peguero
El Colegio Dominicano de Periodistas, concebido como escudo de la verdad y voz colectiva de los profesionales de la comunicación, ha devenido en un laberinto de egos, intereses y luchas mezquinas. Ya no se discute por principios, sino por cuotas de poder; ya no se alza la voz por causas, sino por cargos.
La unidad, que debió ser columna vertebral de su historia, yace quebrada.
Cada quien habla su propio idioma, arma su propia trinchera, y alimenta su propio círculo…
Mientras tanto, la esencia del gremio se diluye, se ahoga, se va perdiendo como tinta en el agua.
La ética, que debió ser brújula inquebrantable, ha sido arrinconada por la diplomacia del silencio.
Y el Colegio, en vez de ser bastión moral de la nación, se ha vuelto un escenario de desencuentros estériles y gestiones sin alma.
No se trata solo de quienes usurpan el oficio con títulos comprados, sino de quienes, teniendo los títulos, han dejado de ejercer la responsabilidad moral que lo acompaña.
No es solo la economía la que hace tambalear esta institución…
Es el corazón dividido, la visión fragmentada, el olvido del propósito.
Se ha perdido el sentido de cuerpo, de causa, de comunidad.
Y cuando un gremio se fractura por dentro, deja de ser referente para la sociedad.
El Colegio no morirá por falta de fondos, sino por falta de propósito.
Y no resucitará con elecciones ni discursos, sino con arrepentimiento, renovación y carácter.
Solo si volvemos a la unidad, al respeto mutuo y a la pasión por la verdad, podremos devolverle sentido a esta casa común.
Porque sin norte, cualquier camino es caos.
Y sin unidad, el periodista se convierte en eco sin fuerza, en voz que no construye…
En gremio que no trasciende.
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