Por Cesáreo Silvestre Peguero
San Pedro de Macorís, ese rincón que ha parido voces con alma de pueblo, acaba de presenciar una escena lamentable, indigna, y cargada de sombras. En el seno de la Asociación de Locutores, donde debió prevalecer el respeto, la decencia y la ética, se ha firmado sin tinta, pero con maniobras una de las páginas más vergonzosas de su historia reciente.
¿A qué altura puede llegar la ambición disfrazada de liderazgo? ¿Cuándo se volvió costumbre que los estatutos se doblen como ramas verdes al viento de conveniencia? ¿Qué autoridad moral les queda a quienes mutilan la democracia interna para prolongar su estancia en el poder como si se tratase de una herencia familiar? ¿Quién les dio licencia para jugar con la inteligencia y la paciencia de hombres y mujeres que han dedicado sus vidas a comunicar con dignidad?El despotismo, viejo y maloliente como un ropaje desechado por los pueblos libres, se ha vestido de modernidad en la figura de un presidente que ha confundido representación con imposición. El nepotismo, primo hermano del abuso, ha extendido su manto sobre la recién celebrada asamblea, donde la voz de la conciencia fue callada con el látigo del quórum fabricado.
Nos convocaron con el disfraz de propuestas, pero en realidad solo querían testigos para su teatro. Nos llevaron como ovejas al matadero, sin permitirnos siquiera el derecho a levantar la voz.
Quienes se prestaron a este juego sucio, ¿duermen en paz? ¿Saben que la historia guarda registros silenciosos pero imborrables? ¿Qué le diremos a las nuevas generaciones de locutores cuando pregunten qué hicimos por defender la transparencia?
Es doloroso ver cómo algunos han hipotecado su conciencia por una cuota de poder momentáneo. Han confundido los micrófonos con cetros, y las asambleas con trincheras de oportunismo. Qué bajo han caído. Qué triste espectáculo nos han ofrecido los que, ayer, parecían dignos de admiración.
No se trata de rencor. Se trata de dignidad. De la necesidad imperiosa de no quedarnos callados cuando el derecho se convierte en capricho, cuando la ética es sustituida por el cálculo, y cuando los cargos se aferran como parásitos al cuerpo institucional.
A quienes violaron la confianza colectiva, les deseo que el gobierno los premie… si es eso lo que buscan. Pero que el pueblo, y en especial la conciencia gremial, los repudie con la memoria y la verdad.
Porque la voz que se respeta, no es la más fuerte, sino la más limpia.
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